miércoles, 8 de julio de 2015

Doctrina: Camino de retorno a la Vida o acta de muerte disfrazada de teología


Y todos se asombraron, de tal manera que discutían entre sí, diciendo: ¿Qué es esto?  ¿Qué nueva doctrina es esta, que con autoridad manda aun a los espíritus inmundos, y le obedecen? (Marcos 1:27)

La doctrina de Jesús consistía tanto en enseñanzas como en acciones. Es un todo armónico que no cesa de asombrarnos. No obstante, la doctrina es todavía la gran incógnita en una ecuación sin resolverse. Y es que quizás pocas palabras han sido tan trilladas en la historia. Tanto la defensa como el ataque de sistemas doctrinales, han gestado pensamientos de sinigual profundidad, pero también crueles desmanes. Para la muestra, unos cuantos botones.

A modo de precedente, recordemos las doctrinas democráticas atenienses en el siglo IV a.C., que veían en la figura del filósofo Sócrates una amenaza. El desenlace fue radical: se le condenó al suicidio por envenenamiento. Siglos más tarde, en Palestina resonaba el rotundo mensaje de Jesús. El resultado fue fulminante: los judíos escandalizados ante esta “nueva doctrina”, optaron por planear su asesinato (Marcos 1:22-27; 3:6). Mil años después, Roma y Constantinopla, los mayores centros del cristianismo, discrepaban enardecidamente acerca de la procedencia del Espíritu Santo. Ambas se apresuraron a una salida fácil: Oficializaron su separación en 1054. Posteriormente, durante unos doscientos años (1095 - 1291), las doctrinas de soberanía de la iglesia romana conllevaron a la ignominia en nombre de la fe: unos cinco millones de musulmanes y cristianos fueron masacrados por la soberbia de las Cruzadas. Pero lo peor aún estaba por venir. Transcurridos seiscientos años, las semillas de odio étnico y social cosecharían en poco más de medio siglo (1915-1975) la aniquilación de 127 millones de vidas humanas. Esta fue la secuela de doctrinas político sociales en Congo, Alemania, Rusia, Estados Unidos y China. Pero el fenómeno no es algo del pasado: mientras leemos estas líneas, un infame grupo islamista sigue acumulando cifras estremecedoras de asesinatos en el nombre de sus doctrinas. 

La obligación al suicidio de Sócrates, la crucifixión de Jesús, la inquisición, la demencia de las cruzadas y los genocidios del siglo XX son muestras de atrocidades ejecutadas bajo el lema de la defensa de doctrinas de diversa índole. ¿Tiene sentido empeñarse en definir doctrinas que discriminen a quienes no piensan como nosotros?

 Por todo lo anterior, cabe cuestionar la validez de la tarea de articular doctrinas. ¿Para qué hacerlo, si el probable resultado es el desprecio hacia quienes no piensan como nosotros? Quizás la única respuesta que nos queda, es que el mérito de definir o actualizar pensamientos es directamente proporcional al modo en que estos elevan el valor de la existencia humana y la sostenibilidad del planeta. Se trata de una de las ineludibles responsabilidades éticas de especialistas en múltiples ramas del conocimiento, como la política, la biología o el derecho. ¿Por qué habría de ser distinto para los teólogos y ministros de culto? Las barbaries cometidas en el nombre de la religión deberían ilustrarnos y advertirnos en nuestra labor pastoral o docente. Hablar de doctrina, tiene que implicar también hablar del triunfo de la vida.

Tras siglos de aciertos y errores, el cristianismo puede repensar su labor de esgrimir doctrinas. Si estas coinciden con el respeto por la vida humana y no humana, son dignas de articularse y promoverse. Otro tanto debería ocurrir al interior de religiones universales como el Islam, notablemente caracterizada por su beligerante intolerancia.
 En consecuencia, hay que repensar el viejo concepto de doctrina como un rígido sistema de creencias en torno a una pretendida verdad absoluta. Es cuestión de coherencia con la historia antigua y reciente, en la cual Dios también se ha revelado. Si nuestros postulados corresponden a una concepción unilateral de la verdad, ciega a otros puntos de vista, el camino conduce reiteradamente al distanciamiento y a la muerte. Agustín decía que quienes no quieren ser vencidos por la verdad, son vencidos por el error. No obstante, a diferencia de los tiempos del venerado teólogo africano, hoy día las amenazas para la vida se multiplican en grado exponencial. Tal como se advierte en Medio Oriente, quien pretende defender ofuscadamente la verdad desde su pequeña orilla, también desea activar un mecanismo electrónico para exterminar a sus adversarios, sin importarle nada más. La conspiración contra la vida (humana y no humana, si cabe tal distinción), se cierne pavorosamente cada vez que aparece un nuevo absolutismo, tal como el que estremecía al vidente de Patmos (Apocalipsis 13). 

Lo antedicho conlleva a la cuestión final: ¿Cómo configurar una nueva humanidad, donde Dios, el Corán, Jesucristo, Buda o Marx no se utilicen como torres para asesinar, real o figuradamente, en el nombre de una doctrina? Hemos de aceptar, casi sonrojándonos de vergüenza, que el Evangelio no es en sí mismo una revelación nueva, sino una reiteración de lo que había sido dicho desde antaño (Juan 5:39). Una remembranza profética pronunciada ante la humanidad endurecida y aferrada a formalismos vacíos de esperanza. Y por lo tanto, hemos de admitir que nuestra tarea consiste precisamente en evitar los vicios de los acusadores de Jesús. Éstos, atrincherados en minucias doctrinales que suplantaban lo inicialmente enseñado por Dios, amenazan la vida de sus propios padres y se oponen al clamor de los hambrientos (Marcos 7:1-23). De ahí se deduce que una ingeniosa doctrina religiosa que no conduzca a la dignificación de la existencia en sus dimensiones más sencillas y puras, es un acta de muerte disfrazada de argumento teológico. He aquí un buen indicio para hallar verdaderas doctrinas sanas.  

La relación entre formas de desequilibrio mental-anímico que conducen al asesinato y las doctrinas intolerantes de tipo religioso- político debería llamar nuestra atención como promotores de la fe cristiana en la actualidad. Nuestras doctrinas ¿Son dignificadoras de la vida o actas de muerte disfrazadas de argumento teológico?

 Seguimos a la espera de un talante más consistente con el mensaje de salvación y la urgencia de preservar la belleza de la existencia digna de todos los seres. La labor de esgrimir doctrinas aceptablemente sanas, como concluiría Calvino, incluye la provisión de ministros calificados y serios. En éstos, como en Jesús, la vida se abre camino mediante enseñanzas y acciones, o como se dice en teología, ortodoxia y ortopraxis.   

Nelson Lavado Prieto
Licenciado en Teología
Licenciado en Ciencias Bíblicas
Bogotá, Colombia