Doctrina: Camino de retorno a la Vida o acta de muerte disfrazada de teología
Y todos se asombraron, de tal manera que discutían entre sí, diciendo: ¿Qué es esto? ¿Qué nueva doctrina es esta, que con autoridad manda aun a los espíritus inmundos, y le obedecen? (Marcos 1:27)
La doctrina de Jesús consistía tanto en enseñanzas como en
acciones. Es un todo armónico que no cesa de asombrarnos. No obstante, la
doctrina es todavía la gran incógnita en una ecuación sin resolverse. Y es que
quizás pocas palabras han sido tan trilladas en la historia. Tanto la defensa
como el ataque de sistemas doctrinales, han gestado pensamientos de sinigual
profundidad, pero también crueles desmanes. Para la muestra, unos cuantos
botones.
A modo de precedente, recordemos las doctrinas democráticas
atenienses en el siglo IV a.C., que veían en la figura del filósofo Sócrates
una amenaza. El desenlace fue radical: se le condenó al suicidio por
envenenamiento. Siglos más tarde, en Palestina resonaba el rotundo mensaje de
Jesús. El resultado fue fulminante: los judíos escandalizados ante esta “nueva
doctrina”, optaron por planear su asesinato (Marcos 1:22-27; 3:6). Mil años
después, Roma y Constantinopla, los mayores centros del cristianismo,
discrepaban enardecidamente acerca de la procedencia del Espíritu Santo. Ambas
se apresuraron a una salida fácil: Oficializaron su separación en 1054.
Posteriormente, durante unos doscientos años (1095 - 1291), las doctrinas de
soberanía de la iglesia romana conllevaron a la ignominia en nombre de la fe:
unos cinco millones de musulmanes y cristianos fueron masacrados por la
soberbia de las Cruzadas. Pero lo peor aún estaba por venir. Transcurridos
seiscientos años, las semillas de odio étnico y social cosecharían en poco más
de medio siglo (1915-1975) la aniquilación de 127 millones de vidas humanas.
Esta fue la secuela de doctrinas político sociales en Congo, Alemania, Rusia,
Estados Unidos y China. Pero el fenómeno no es algo del pasado: mientras leemos
estas líneas, un infame grupo islamista sigue acumulando cifras estremecedoras
de asesinatos en el nombre de sus doctrinas.
Por todo lo anterior, cabe cuestionar la validez de la tarea
de articular doctrinas. ¿Para qué hacerlo, si el probable resultado es el
desprecio hacia quienes no piensan como nosotros? Quizás la única respuesta que
nos queda, es que el mérito de definir o actualizar pensamientos es
directamente proporcional al modo en que estos elevan el valor de la existencia
humana y la sostenibilidad del planeta. Se trata de una de las ineludibles
responsabilidades éticas de especialistas en múltiples ramas del conocimiento,
como la política, la biología o el derecho. ¿Por qué habría de ser distinto
para los teólogos y ministros de culto? Las barbaries cometidas en el nombre de
la religión deberían ilustrarnos y advertirnos en nuestra labor pastoral o
docente. Hablar de doctrina, tiene que implicar también hablar del triunfo de
la vida.
Tras siglos de aciertos y errores, el cristianismo puede repensar su labor de esgrimir doctrinas. Si estas coinciden con el respeto por la vida humana y no humana, son dignas de articularse y promoverse. Otro tanto debería ocurrir al interior de religiones universales como el Islam, notablemente caracterizada por su beligerante intolerancia. |
En consecuencia, hay que repensar el viejo concepto de
doctrina como un rígido sistema de creencias en torno a una pretendida verdad
absoluta. Es cuestión de coherencia con la historia antigua y reciente, en la
cual Dios también se ha revelado. Si nuestros postulados corresponden a una
concepción unilateral de la verdad, ciega a otros puntos de vista, el camino
conduce reiteradamente al distanciamiento y a la muerte. Agustín decía que
quienes no quieren ser vencidos por la verdad, son vencidos por el error. No
obstante, a diferencia de los tiempos del venerado teólogo africano, hoy día
las amenazas para la vida se multiplican en grado exponencial. Tal como se
advierte en Medio Oriente, quien pretende defender ofuscadamente la verdad
desde su pequeña orilla, también desea activar un mecanismo electrónico para
exterminar a sus adversarios, sin importarle nada más. La conspiración contra
la vida (humana y no humana, si cabe tal distinción), se cierne pavorosamente
cada vez que aparece un nuevo absolutismo, tal como el que estremecía al
vidente de Patmos (Apocalipsis 13).
Lo antedicho conlleva a la cuestión final: ¿Cómo configurar
una nueva humanidad, donde Dios, el Corán, Jesucristo, Buda o Marx no se
utilicen como torres para asesinar, real o figuradamente, en el nombre de una
doctrina? Hemos de aceptar, casi sonrojándonos de vergüenza, que el Evangelio
no es en sí mismo una revelación nueva, sino una reiteración de lo que había
sido dicho desde antaño (Juan 5:39). Una remembranza profética pronunciada ante
la humanidad endurecida y aferrada a formalismos vacíos de esperanza. Y por lo
tanto, hemos de admitir que nuestra tarea consiste precisamente en evitar los
vicios de los acusadores de Jesús. Éstos, atrincherados en minucias doctrinales
que suplantaban lo inicialmente enseñado por Dios, amenazan la vida de sus
propios padres y se oponen al clamor de los hambrientos (Marcos 7:1-23). De ahí
se deduce que una ingeniosa doctrina religiosa que no conduzca a la
dignificación de la existencia en sus dimensiones más sencillas y puras, es un
acta de muerte disfrazada de argumento teológico. He aquí un buen indicio para
hallar verdaderas doctrinas sanas.
Seguimos a la espera de un talante más consistente con el
mensaje de salvación y la urgencia de preservar la belleza de la existencia
digna de todos los seres. La labor de esgrimir doctrinas aceptablemente sanas,
como concluiría Calvino, incluye la provisión de ministros calificados y
serios. En éstos, como en Jesús, la vida se abre camino mediante enseñanzas y
acciones, o como se dice en teología, ortodoxia y ortopraxis.
Nelson Lavado Prieto
Licenciado en Teología
Licenciado en Ciencias Bíblicas
Bogotá, Colombia
Licenciado en Ciencias Bíblicas
Bogotá, Colombia