jueves, 21 de febrero de 2013


Inequidades e Iniquidades


Punto de Partida: Congresistas colombianos están entre los cinco mejores pagos de América

Los sueldos de senadores y representantes del Congreso colombiano están entre los cinco más altos de América, por debajo de países como Chile –en donde los congresistas llegan a ganarse 80 salarios mínimos de ese país– y por encima de otros, como Venezuela, en el que los legisladores devengan el equivalente a nueve salarios mínimos.
El sueldo de un senador de la República en Colombia podría ser de un básico de cinco millones de pesos mensuales, si no fuera por otras adiciones, como un subsidio de vivienda, más una prima de bienestar y salud, y algunos gastos de representación. En total, los congresistas reciben más de 21 millones de pesos al mes.
A esta suma, equivalente a más de 39 salarios mínimos al mes, se le suman las primas extralegales, además de los sueldos de su grupo de colaboradores –mínimo cinco– para las Unidades de Trabajo Legislativo, un esquema de seguridad, servicio de telefonía nacional e internacionales (entre 900 minutos de celular), tiquetes aéreos nacionales e internacionales y un vehículo blindado.
Tampoco se puede obviar que la pensión de un congresista pensionado es de 35,2 salarios mínimos al mes.
Todos estos beneficios a los que se han acostumbrado los senadores no son ni remotamente parecidos a los de otros países como Suecia, en donde los congresistas no cuentan con secretaria, carro o conductor…
Artículo completo: http://co.noticias.yahoo.com/blogs/kienyke/congresistas-colombianos-est%C3%A1n-entre-los-cinco-mejores-pagos-131532458.html



Reacción


Colombia figuraba en 2011 como el tercer país más desigual entre 129 cuyos datos se conocían.[1] “Se sabe que América Latina es la región del mundo con mayor inequidad”, había dicho en Noviembre del mismo año el catedrático Wilches Chaux[2], consultor del Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo en Colombia. Hay quienes atribuyen esta situación, de larga data en la nación, a una mentalidad extractiva sin transformación productiva en su economía e instituciones. Colombia aparece, según este modo de ver, como una sociedad que tiene más de un siglo de retraso. Sus índices de crecimiento económico y elegantes centros comerciales, disfrazan el  estancamiento cultural y escasa producción industrial, de investigación e innovación.  Semejante realidad se extiende por toda Latinoamérica, con notables excepciones, como Chile, Argentina, Uruguay, México y Costa Rica. Latinoamérica está en tal sentido muy por debajo de los países europeos, Estados Unidos y Australia[3]. En cuanto a equidad de género, las cifras son aún más preocupantes.[4]


Hablando de inequidades, existen imágenes patéticas que reflejan el vergonzoso desbalance en la distribución de la riqueza en Colombia. Es el caso de los sueldos pagados a los congresistas, reclamado vorazmente junto a otros beneficios económicos. En contraste, un colombiano promedio necesita reunir su ingreso mensual ($590.000) durante más de tres años,  para igualar el salario mensual que obtiene un parlamentario ($21.000.000).


Y hablando de iniquidades, estos personajes de la nación pertenecen a la institución quizás más desprestigiada y detestada. Públicos han sido en los últimos años los oscuros vínculos de muchos de sus ex integrantes, 28 de ellos hoy en la cárcel y otros más bajo investigación, con asociaciones criminales responsables de masacres, robo de tierras, desplazamiento de campesinos, narcotráfico y otras diversas modalidades de corrupción.  


Resulta por ello plausible y coherente la posición del Congresista Iván Cepeda, quien impulsa una reforma legislativa que baje los sueldos de los parlamentarios, en aras de una posición transparente y con autoridad ante la ciudadanía. ¡Cuánta falta hace una posición semejante en diversos aspectos de nuestro diario vivir! Pero, ¿De qué modo se puede representar hoy la inconformidad generalizada de un pueblo, como el colombiano, cansado de semejantes abusos?



Texto Bíblico: Lucas 14: 31-33


Hace unos 2700 años, un campesino judío llamado Miqueas, sentía una gran indignación ante los abusos cometidos por los terratenientes y autoridades de la ciudad capital, Jerusalén. La riqueza ostentada por unos pocos, se obtenía a costas de la miseria de la mayoría.[5] El lujo de la ciudad se lograba con crimen e injusticias. Valientemente, impulsado por el Espíritu de Dios, Miqueas enfrentó la inequidad de su tiempo, denunciando la iniquidad de los gobernantes, incluidos los líderes religiosos que los auspiciaban.


Escuchen ahora, gobernantes y jefes de Israel,
¿acaso no corresponde a ustedes
saber lo que es la justicia?
En cambio, odian el bien y aman el mal;
despellejan a mi pueblo
y le dejan los huesos pelados.
Se comen vivo a mi pueblo;
le arrancan la piel y le rompen los huesos;
lo tratan como si fuera carne para la olla.
Un día llamarán ustedes al Señor,
pero él no les contestará.
En aquel tiempo se esconderá de ustedes
por las maldades que han cometido.
Mi pueblo sigue caminos equivocados
por culpa de los profetas que lo engañan,
que anuncian paz a quienes les dan de comer
pero declaran la guerra
a quienes no les llenan la boca.
El Señor dice a esos profetas:
«No volverán ustedes a tener
visiones proféticas en la noche
ni a predecir el futuro en la oscuridad.»
El sol se pondrá para esos profetas,
y el día se les oscurecerá.
Esos videntes y adivinos
quedarán en completo ridículo.
Todos ellos se quedarán callados
al no recibir respuesta de Dios.
En cambio, a mí, el espíritu del Señor
me llena de fuerza, justicia y valor,
para echarle en cara a Israel su rebeldía y su pecado.

Miqueas 3: 1-8

(Traducción Dios Habla Hoy)





Acercamiento y aplicación


Con este maravilloso texto profético, podríamos imaginar creativamente un modelo adecuado respecto a lo que debe ser la ética en aspectos como la política, la economía y la espiritualidad. No es apropiado sentarnos en el papel de jueces, ni pretender reducirlo todo para que encuadre con la expresión bíblica mencionada, por más que esta sea aplicable a la realidad. Sin embargo, es válido dejar que la voz de Dios se escuche en estos tiempos de crisis. Es preciso declarar que en nuestro pueblo sí existen tanto los gobernantes corruptos como sus voceros desleales que oscurecen  la verdad por dinero, aún usando la religión como vitrina. Apenas unos pocos se atreven a darle la cara al país para intentar corregir los caminos, y enfrentarse valientemente a estructuras de poder plagadas por la corrupción. ¿Podríamos, al estilo de este campesino llamado Miqueas, cuyo nombre significa “Quién como Dios” contar con la fuerza, la justicia y el valor del Señor para hacer lo propio?  


Dejamos, finalmente un interesante material. Visto con honestidad, devela una mentalidad que a menudo nos caracteriza, y a la vez nos invita a incorporar modelos distintos. El enlace es http://youtu.be/lzuLYV8PLhw





[1] El Tiempo (2011). Colombia tiene la tercera peor desigualdad entre 129 países del mundo. Pagina Web: http://www.eltiempo.com/politica/ARTICULO-WEB-NEW_NOTA_INTERIOR-10693875.html . Consultado el 19 de Febrero de 2013.
[2] El Nuevo Siglo (2011). Colombia avanza en economía pero retrocede en equidad. Página web: http://www.elnuevosiglo.com.co/articulos/11-2011-colombia-avanza-en-econom%C3%AD-pero-retrocede-en-equidad.html. Consultado el 19 de febrero de 2013
[3] Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (2011). Informe sobre Desarrollo Humano 2011. Sostenibilidad y equidad: Un mejor futuro para todos.
[4] Social Watch. Erradicación de la Pobreza y Justicia de Género. Página web: http://www.socialwatch.org/es/node/14383. Consultado el 19 de Febrero de 2013.
[5] José Luis Sicre (1986). Los profetas de Israel y su mensaje. Madrid: Cristiandad.

viernes, 1 de febrero de 2013

La paz en Colombia, ¿Qué tanto estamos dispuestos a sacrificar?


Punto de partida:  

El Jefe de Estado pidió 'triplicar' operaciones militares y reiteró que no habrá cese del fuego. 

(Noticia registrada por el diario colombiano “El Tiempo”)

Desde Cartagena, donde lidera el lanzamiento del Plan Integral de Seguridad ‘Bolívar Seguro’, el presidente Juan Manuel Santos advirtió que las Farc “se equivocan” si creen que con sus recientes ataques y secuestros van a lograr un cese del fuego mientras avanza el proceso de paz.

“Si las Farc creen que a través de los secuestros van a tratar de presionar al Gobierno para lo que ellos aspiran, que es un cese al fuego, se equivocan”, afirmó el jefe de Estado.
Santos dijo que lo único que la guerrilla logra con este tipo de actos es que la Fuerza Pública ejerza una acción más contundente.

“Esto lo que nos estimula es a ser cada vez más contundentes. Eso que quede absolutamente claro”, subrayó el mandatario, quien aseguró que “hay que triplicar” las acciones contra la guerrilla.

Desde el inicio del proceso de paz con las Farc, el Gobierno dejó claro que únicamente habrá cese del fuego cuando se alcance un acuerdo definitivo para la terminación del conflicto armado en Colombia.


Reacción

Dentro de la lógica de la guerra, quien más causa daño en el enemigo puede imponer las condiciones de capitulación. Los dos contendores del más publicitado conflicto  colombiano, están más o menos identificados: El Estado y La Insurgencia. Cada uno maneja sus propios esquemas de acción dentro de una lógica propia. El Estado se ampara en la Ley y la Constitución, pero no es un secreto que estas instituciones a menudo han sido confeccionadas o perfiladas por y para los más poderosos. La Insurgencia se ampara en la idea popular de una nación más equitativa, pero sus ideales han ido viciándose por intereses mezquinos y actividades destructivas, como el genocidio, el secuestro y el tráfico de narcóticos. 

Las tendencias de cada actor en el conflicto, han sido casi invariablemente las mismas: por un lado, la represión frecuentemente brutal y desmedida de parte de los agentes del Estado; por el lado de los subversivos, los actos de violencia lesivos, desesperados y hasta infames, al involucrar a la población que no está incluida dentro de lo que representa el término “Estado”: población civil e indefensa, especialmente mujeres y niños. ¿Cómo se puede articular un cese del conflicto dentro de este compás de violencias a manera de una espiral ascendente de agresiones?

Texto Bíblico: Lucas 14: 31-33

¿O qué rey, que sale a hacer guerra contra otro rey, no se sienta primero y consulta si puede salir con diez mil al encuentro del que viene con veinte mil? De otra manera, cuando el otro rey está todavía lejos, le envía una embajada y pide condiciones de paz. Así, pues, cualquiera de vosotros que no renuncia a todas las cosas que posee, no puede ser mi discípulo.

Este es parte de la serie de discursos “de camino”, es decir, pronunciados mientras Jesús se desplazaba desde Galilea hacia Jerusalén. Abarca una gama variada de respuestas dadas por el Señor a situaciones puntuales, generalmente propiciadas por sus adversarios o sus mismos discípulos (Agustin George, 1987, El Evangelio Según San Lucas, págs. 26-27). 

En este caso, las palabras de Jesús son una reacción ante las personas que en gran número se le acercaban y le acompañaban (Lucas 14: 25). El tema central de esta serie de advertencias se podría resumir como “ustedes no parecen estar conscientes de lo que implica ser mis discípulos, se han apresurado demasiado a decir «sí, te sigo, Jesús», no han renunciado lo suficiente” Esto contrasta notablemente con la invitación, al parecer amplia e indiscriminada, hecha a todos los menospreciados para que participen del Reino de Dios, pronunciada inmediatamente antes, en Lucas 14: 1-24. También contrasta con la explicación de la misericordia efusiva, abundante e incomprensible de Dios por los menospreciados, en Lucas 15: 1-32. La explicación para esta aparente contradicción puede ser que, la decisión de Dios de extender su misericordia generosa a los desposeídos y excluidos exige de éstos que actúen con total entrega y compromiso hacia los valores del Reino presentado por Jesús. No basta con saberse invitado, si no se es participante activo. No basta con querer abrazar, si antes no se tiene una disposición a renunciar. 

Lo anteriormente expuesto, resalta las actitudes de compromiso y entrega que constituyen el talante de quienes se dejan animar por la Vida. Esto es cierto, incluso en un marco de cese de conflictos sociales, como el que vive Colombia. No basta con declarar a los cuatro vientos que se está participando en diálogos de paz. El diálogo supone que el adversario humano con el que ahora se dialoga, cuenta activamente. Se debe pensar en renunciar a algo, no precisamente la dignidad propia, pero sí a la comodidad a la que uno se ha acostumbrado. Si de lo que se trata de veras es de buscar caminos de paz, el peor error es considerar indigno al enemigo, alguien frágil a quien se puede engañar o manipular. Esa es otra manera de maltrato, también diabólica, sutil e inhumana. 
El giro sorpresivo de la vida irrumpe con una actitud creativa (Jürgen Moltmann, 2000, El Espíritu Santo y la Teología de la Vida, pág. 39). El compromiso y la entrega en la misión de la paz, ahora animan a descubrir ante el otro el propio rostro, en el que se hace visible la consciencia del sacrificio al que se está dispuesto para que ese otro exista en un ambiente pacífico e incluyente. ¿Han sido necios los dos reyes enfrentados? ¡Sí rotundamente, al desenfrenarse en un desperdicio absurdo de vidas humanas y recursos vitales! No han calculado suficientemente el precio.  ¿Existe el mismo peligro al emprender un cese al fuego per sé, sin considerar el precio de semejante esfuerzo? ¡Desde luego que existe!

Los dos bandos enfrentados han demostrado de sobra su capacidad de destrucción, engaño y desprecio por el otro. Ese ha sido precisamente el tono del escenario de la guerra que hemos presenciado durante varias décadas. ¿Cómo exhibir una actitud distinta, de cara a millones de compatriotas y testigos de la comunidad internacional, desgastados por tanta muerte?

Un acercamiento desde Lucas 14

Usar las presiones de la violencia para movilizar al contendor a solicitar condiciones de cese al fuego, es uno de los objetivos de la guerra. Es la forma en que también el gobierno colombiano ha actuado. Además, la situación ahora no es tan simple como la del escenario pintado por Jesús en su parábola. En nuestra realidad, ambos “reyes” siguen mostrando su capacidad de causar daño y a la vez insisten en hablar de paz. Quieren exhibir, cada uno a su modo, que ambos son el “rey fuerte”, “el que tiene los veinte mil soldados”. A sus ojos, el otro tiene apenas “diez mil soldados”, suficientes en todo caso para seguir sosteniendo el costoso conflicto otras décadas más. En otras palabras, cada uno proclama a su manera que es el otro quien tiene que sentarse a calcular si tiene con qué. La razón es que se necesita calcular si hay insumos, tanto para hacer la guerra como para hacer la paz. 

En todo caso, es loable que hablen de “condiciones de paz” (Lucas 14: 31, 32). A las actuales circunstancias se ha llegado desde los fracasos pasados.  Paradójicamente, se han propuesto unos acercamientos entre el Estado y la Insurgencia en una sala, mientras que en la otra los enfrentamientos se agitan y endurecen. Como quiera que sea la configuración de la naturaleza de esta relación de odios y acercamientos, el camino de la paz es siempre bienvenido, así la metodología no nos resulte siempre tan clara. 

¿Cuál es el futuro, ante esta mutua actitud de rey fuerte que habla con dureza, mientras exhibe su capacidad de lastimar, en espera de que el otro claudique? ¿Podría ser la señal clara de que ambos están en franca retirada? Así parece, pues en el engaño del teatro del Caguán las cosas eran a la inversa: ambos adversarios bajaban la cabeza hablando de paz, mientras, en secreto, al menos uno se armaba e intensificaba la violencia. Así que, irónicamente, se podría esperar un re direccionamiento en el rumbo del conflicto colombiano. Esa sería la conclusión de Sun Tzu, según uno de sus principios, extraído de su obra “El Arte de la Guerra”: Si los emisarios del enemigo pronuncian palabras humildes mientras que éste incrementa sus preparativos de guerra, esto quiere decir que va a avanzar. Cuando se pronuncian palabras altisonantes y se avanza ostentosamente, es señal de que el enemigo se va a retirar. 

Aplicación

Hablar de un desarme y un cese de hostilidades dentro de un escenario tan complejo y añejo, es no sólo inverosímil sino extremadamente utópico. La perspectiva de quienes asumimos a consciencia nuestro papel como seguidores de Cristo, necesaria en todo caso, puede variar. Hay quienes esperan un cese del conflicto armado, así las condiciones de inequidad del país sigan causando escándalo. Es la opción “milagrera”, ciega a otras realidades. Hay quienes apoyan el recrudecimiento y la aceleración total de la maquinaria de la muerte, para al fin extirpar el mal que se percibe, como si se tratara de un juego de “los buenos contra los malos”. Es la visión maniquea, alimentada muchas veces por los discursos de los poderosos en los medios de comunicación (visión en la cual, claro está, ellos son los únicos buenos e incluso las pobres víctimas). Hay quienes, por otro lado, asumimos que el monstruo de la guerra debe tener un pronto envejecimiento y muerte más o menos naturales. Ya hemos presenciado el surgimiento y desarrollo de un proceso de violencias y exclusión, con la complicidad y el oportunismo de unos pocos que se han lucrado con la guerra. A este, sólo le queda extinguirse, agotarse. 

No obstante, consideramos que el ambiente de terminación del conflicto tiene que forjarse de manera intencionada. La paz es algo por lo cual se trabaja comprometidamente (Mateo 5: 9), no es algo que llega por casualidad. En cambio es toda una labor, que surge al empezar a preguntarnos, por ejemplo: ¿Qué tanto estamos dispuestos a sacrificar de nuestra comodidad para permitir que el otro crezca y se realice de forma pacífica? Esta es una cuestión de la más alta pertinencia. La recurrente tendencia que tenemos es a reclamar con ahínco nuestros derechos y privilegios, mientras cerramos la puerta a quien intenta hacer lo propio, bajo la premisa de que él o ella no lo merecen porque son diferentes, inferiores o indignos de nosotros. Esta es una mentalidad violentadora, matriz de los más grotescos desmanes, precisamente los que hemos visto con horror durante sesenta años. 

Finalmente, no podemos ser tan ingenuos al suponer que todos por igual detestamos la guerra, las masacres, los secuestros, el negocio de las armas, los desplazamientos y la apropiación de la tierra por la fuerza. También hay manos infames que amontonan riqueza y prestigio con la muerte y la miseria de miles. Por su propia naturaleza, es muy difícil detectarlos, señalarlos y confrontarlos. Pero a estos actores, muchas veces ocultos, rastreros, también les cabe la misma interpelación. ¿Qué tanto están dispuestos a sacrificar de ellos mismos? ¿Son sinceros al hablar de una paz coherente con la historia de este país?