viernes, 1 de febrero de 2013

La paz en Colombia, ¿Qué tanto estamos dispuestos a sacrificar?


Punto de partida:  

El Jefe de Estado pidió 'triplicar' operaciones militares y reiteró que no habrá cese del fuego. 

(Noticia registrada por el diario colombiano “El Tiempo”)

Desde Cartagena, donde lidera el lanzamiento del Plan Integral de Seguridad ‘Bolívar Seguro’, el presidente Juan Manuel Santos advirtió que las Farc “se equivocan” si creen que con sus recientes ataques y secuestros van a lograr un cese del fuego mientras avanza el proceso de paz.

“Si las Farc creen que a través de los secuestros van a tratar de presionar al Gobierno para lo que ellos aspiran, que es un cese al fuego, se equivocan”, afirmó el jefe de Estado.
Santos dijo que lo único que la guerrilla logra con este tipo de actos es que la Fuerza Pública ejerza una acción más contundente.

“Esto lo que nos estimula es a ser cada vez más contundentes. Eso que quede absolutamente claro”, subrayó el mandatario, quien aseguró que “hay que triplicar” las acciones contra la guerrilla.

Desde el inicio del proceso de paz con las Farc, el Gobierno dejó claro que únicamente habrá cese del fuego cuando se alcance un acuerdo definitivo para la terminación del conflicto armado en Colombia.


Reacción

Dentro de la lógica de la guerra, quien más causa daño en el enemigo puede imponer las condiciones de capitulación. Los dos contendores del más publicitado conflicto  colombiano, están más o menos identificados: El Estado y La Insurgencia. Cada uno maneja sus propios esquemas de acción dentro de una lógica propia. El Estado se ampara en la Ley y la Constitución, pero no es un secreto que estas instituciones a menudo han sido confeccionadas o perfiladas por y para los más poderosos. La Insurgencia se ampara en la idea popular de una nación más equitativa, pero sus ideales han ido viciándose por intereses mezquinos y actividades destructivas, como el genocidio, el secuestro y el tráfico de narcóticos. 

Las tendencias de cada actor en el conflicto, han sido casi invariablemente las mismas: por un lado, la represión frecuentemente brutal y desmedida de parte de los agentes del Estado; por el lado de los subversivos, los actos de violencia lesivos, desesperados y hasta infames, al involucrar a la población que no está incluida dentro de lo que representa el término “Estado”: población civil e indefensa, especialmente mujeres y niños. ¿Cómo se puede articular un cese del conflicto dentro de este compás de violencias a manera de una espiral ascendente de agresiones?

Texto Bíblico: Lucas 14: 31-33

¿O qué rey, que sale a hacer guerra contra otro rey, no se sienta primero y consulta si puede salir con diez mil al encuentro del que viene con veinte mil? De otra manera, cuando el otro rey está todavía lejos, le envía una embajada y pide condiciones de paz. Así, pues, cualquiera de vosotros que no renuncia a todas las cosas que posee, no puede ser mi discípulo.

Este es parte de la serie de discursos “de camino”, es decir, pronunciados mientras Jesús se desplazaba desde Galilea hacia Jerusalén. Abarca una gama variada de respuestas dadas por el Señor a situaciones puntuales, generalmente propiciadas por sus adversarios o sus mismos discípulos (Agustin George, 1987, El Evangelio Según San Lucas, págs. 26-27). 

En este caso, las palabras de Jesús son una reacción ante las personas que en gran número se le acercaban y le acompañaban (Lucas 14: 25). El tema central de esta serie de advertencias se podría resumir como “ustedes no parecen estar conscientes de lo que implica ser mis discípulos, se han apresurado demasiado a decir «sí, te sigo, Jesús», no han renunciado lo suficiente” Esto contrasta notablemente con la invitación, al parecer amplia e indiscriminada, hecha a todos los menospreciados para que participen del Reino de Dios, pronunciada inmediatamente antes, en Lucas 14: 1-24. También contrasta con la explicación de la misericordia efusiva, abundante e incomprensible de Dios por los menospreciados, en Lucas 15: 1-32. La explicación para esta aparente contradicción puede ser que, la decisión de Dios de extender su misericordia generosa a los desposeídos y excluidos exige de éstos que actúen con total entrega y compromiso hacia los valores del Reino presentado por Jesús. No basta con saberse invitado, si no se es participante activo. No basta con querer abrazar, si antes no se tiene una disposición a renunciar. 

Lo anteriormente expuesto, resalta las actitudes de compromiso y entrega que constituyen el talante de quienes se dejan animar por la Vida. Esto es cierto, incluso en un marco de cese de conflictos sociales, como el que vive Colombia. No basta con declarar a los cuatro vientos que se está participando en diálogos de paz. El diálogo supone que el adversario humano con el que ahora se dialoga, cuenta activamente. Se debe pensar en renunciar a algo, no precisamente la dignidad propia, pero sí a la comodidad a la que uno se ha acostumbrado. Si de lo que se trata de veras es de buscar caminos de paz, el peor error es considerar indigno al enemigo, alguien frágil a quien se puede engañar o manipular. Esa es otra manera de maltrato, también diabólica, sutil e inhumana. 
El giro sorpresivo de la vida irrumpe con una actitud creativa (Jürgen Moltmann, 2000, El Espíritu Santo y la Teología de la Vida, pág. 39). El compromiso y la entrega en la misión de la paz, ahora animan a descubrir ante el otro el propio rostro, en el que se hace visible la consciencia del sacrificio al que se está dispuesto para que ese otro exista en un ambiente pacífico e incluyente. ¿Han sido necios los dos reyes enfrentados? ¡Sí rotundamente, al desenfrenarse en un desperdicio absurdo de vidas humanas y recursos vitales! No han calculado suficientemente el precio.  ¿Existe el mismo peligro al emprender un cese al fuego per sé, sin considerar el precio de semejante esfuerzo? ¡Desde luego que existe!

Los dos bandos enfrentados han demostrado de sobra su capacidad de destrucción, engaño y desprecio por el otro. Ese ha sido precisamente el tono del escenario de la guerra que hemos presenciado durante varias décadas. ¿Cómo exhibir una actitud distinta, de cara a millones de compatriotas y testigos de la comunidad internacional, desgastados por tanta muerte?

Un acercamiento desde Lucas 14

Usar las presiones de la violencia para movilizar al contendor a solicitar condiciones de cese al fuego, es uno de los objetivos de la guerra. Es la forma en que también el gobierno colombiano ha actuado. Además, la situación ahora no es tan simple como la del escenario pintado por Jesús en su parábola. En nuestra realidad, ambos “reyes” siguen mostrando su capacidad de causar daño y a la vez insisten en hablar de paz. Quieren exhibir, cada uno a su modo, que ambos son el “rey fuerte”, “el que tiene los veinte mil soldados”. A sus ojos, el otro tiene apenas “diez mil soldados”, suficientes en todo caso para seguir sosteniendo el costoso conflicto otras décadas más. En otras palabras, cada uno proclama a su manera que es el otro quien tiene que sentarse a calcular si tiene con qué. La razón es que se necesita calcular si hay insumos, tanto para hacer la guerra como para hacer la paz. 

En todo caso, es loable que hablen de “condiciones de paz” (Lucas 14: 31, 32). A las actuales circunstancias se ha llegado desde los fracasos pasados.  Paradójicamente, se han propuesto unos acercamientos entre el Estado y la Insurgencia en una sala, mientras que en la otra los enfrentamientos se agitan y endurecen. Como quiera que sea la configuración de la naturaleza de esta relación de odios y acercamientos, el camino de la paz es siempre bienvenido, así la metodología no nos resulte siempre tan clara. 

¿Cuál es el futuro, ante esta mutua actitud de rey fuerte que habla con dureza, mientras exhibe su capacidad de lastimar, en espera de que el otro claudique? ¿Podría ser la señal clara de que ambos están en franca retirada? Así parece, pues en el engaño del teatro del Caguán las cosas eran a la inversa: ambos adversarios bajaban la cabeza hablando de paz, mientras, en secreto, al menos uno se armaba e intensificaba la violencia. Así que, irónicamente, se podría esperar un re direccionamiento en el rumbo del conflicto colombiano. Esa sería la conclusión de Sun Tzu, según uno de sus principios, extraído de su obra “El Arte de la Guerra”: Si los emisarios del enemigo pronuncian palabras humildes mientras que éste incrementa sus preparativos de guerra, esto quiere decir que va a avanzar. Cuando se pronuncian palabras altisonantes y se avanza ostentosamente, es señal de que el enemigo se va a retirar. 

Aplicación

Hablar de un desarme y un cese de hostilidades dentro de un escenario tan complejo y añejo, es no sólo inverosímil sino extremadamente utópico. La perspectiva de quienes asumimos a consciencia nuestro papel como seguidores de Cristo, necesaria en todo caso, puede variar. Hay quienes esperan un cese del conflicto armado, así las condiciones de inequidad del país sigan causando escándalo. Es la opción “milagrera”, ciega a otras realidades. Hay quienes apoyan el recrudecimiento y la aceleración total de la maquinaria de la muerte, para al fin extirpar el mal que se percibe, como si se tratara de un juego de “los buenos contra los malos”. Es la visión maniquea, alimentada muchas veces por los discursos de los poderosos en los medios de comunicación (visión en la cual, claro está, ellos son los únicos buenos e incluso las pobres víctimas). Hay quienes, por otro lado, asumimos que el monstruo de la guerra debe tener un pronto envejecimiento y muerte más o menos naturales. Ya hemos presenciado el surgimiento y desarrollo de un proceso de violencias y exclusión, con la complicidad y el oportunismo de unos pocos que se han lucrado con la guerra. A este, sólo le queda extinguirse, agotarse. 

No obstante, consideramos que el ambiente de terminación del conflicto tiene que forjarse de manera intencionada. La paz es algo por lo cual se trabaja comprometidamente (Mateo 5: 9), no es algo que llega por casualidad. En cambio es toda una labor, que surge al empezar a preguntarnos, por ejemplo: ¿Qué tanto estamos dispuestos a sacrificar de nuestra comodidad para permitir que el otro crezca y se realice de forma pacífica? Esta es una cuestión de la más alta pertinencia. La recurrente tendencia que tenemos es a reclamar con ahínco nuestros derechos y privilegios, mientras cerramos la puerta a quien intenta hacer lo propio, bajo la premisa de que él o ella no lo merecen porque son diferentes, inferiores o indignos de nosotros. Esta es una mentalidad violentadora, matriz de los más grotescos desmanes, precisamente los que hemos visto con horror durante sesenta años. 

Finalmente, no podemos ser tan ingenuos al suponer que todos por igual detestamos la guerra, las masacres, los secuestros, el negocio de las armas, los desplazamientos y la apropiación de la tierra por la fuerza. También hay manos infames que amontonan riqueza y prestigio con la muerte y la miseria de miles. Por su propia naturaleza, es muy difícil detectarlos, señalarlos y confrontarlos. Pero a estos actores, muchas veces ocultos, rastreros, también les cabe la misma interpelación. ¿Qué tanto están dispuestos a sacrificar de ellos mismos? ¿Son sinceros al hablar de una paz coherente con la historia de este país?  

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