¿Un Cristianismo Químicamente Puro?
Valoración de ciertas características del cristianismo que le confieren universalidad y diversidad
Una sustancia es químicamente pura cuando mantiene invariables sus propiedades al ser sometido presiones físicas |
Para lectoras y lectores bíblicos en todos los tiempos, el gran desafío ha consistido en estar a la altura de la Revelación contenida en la Escritura. En otras palabras, vivir la fe en Jesucristo del modo más honesto y coherente con la experiencia de sus primeros discípulos. En el intento, se ha propuesto la posibilidad de mantener estrictamente las vivencias y expectativas de aquella primera comunidad palestina, sus ritos, forma de culto, palabras, normas morales, celebraciones y doctrinas. Una especie de transplante disponible para cada situación en la historia. Esta iniciativa apuntaría al ideal de un discipulado ciento por ciento bíblico que sea "agradable ante Dios" en grado sumo. Pudiéramos llamarlo un cristianismo "químicamente puro", listo para practicarse en cualquier laboratorio social. Las ciencias definen que una sustancia es químicamente pura cuando mantiene sus propiedades constantes e inseparables, aún aplicándole presiones mecánicas o físicas, como un golpe o un corte.
Pero hay que advertir que la fe en el Señor Jesús, aunque tremendamente poderosa, está inmersa en paradojas admirables. El Maestro de Nazaret dejó un legado universal que ha transformado naciones y culturas, sin un sólo documento escrito por él. No existe un testamento autografiado por Jesús para sus generaciones futuras de seguidores y seguidoras. Lo que nos ha quedado, es el testimonio escrito de sus discípulos en Palestina, Siria y regiones cercanas del imperio romano. Ellos registraron sus hechos y enseñanzas a raíz de la resurrección, en la colección de escritos que llamanos Evangelios, los cuales a su vez expresan visiones diversas de los acontecimientos. Con estos insumos, el cristianismo se ha desenvuelto con aciertos y equivocaciones en su historia. Y a pesar de lo noble que parece diseñar un cristianismo "químicamente puro", practicable en cualquier contexto y época, algo así no es viable ni deseable por dos razones: La primera, la situación histórica de los orígenes es irrecuperable. La segunda, la fe cristiana es una "sustancia soluble".
Irrecuperabilidad histórica de la experiencia original
Solubilidad con la cultura
Esta caricatura exhibe de forma paradójica la mutua afectación entre cristianismo y cultura |
Pero todavía hay que mencionar algo importantísimo. Cuando la fe en Jesucristo transforma una cultura, esta, a su vez, es capaz de afectar la forma como se experimenta la fe. El resultado del proceso es que pueden mantenerse juntas la fidelidad al evangelio y la sensibilidad a la cultura. Una evidencia bíblica de ello es la forma como la cosmovisión griega fue afectando las expresiones judeocristianas originales, o sea, las más cercanas al cristianismo "químicamente puro" de Palestina. Con la conversión de personalidades como Esteban y Pablo, el cristianismo dejó de ser una religión étnica, centrada en Israel, para elevarse como una fe universal. (Hechos 1:8; 6:8- 7:60; 15:1-29; Romanos 1:16-17). En adelante, el cristianismo rompió el cordón umbilical que lo ataba al judaísmo, y terminó rebasándolo en alcance y relevancia a finales del siglo I. Pero paradójicamente, con cada cultura impactada, se suscitaban modos diversos, raras veces diferentes en esencia, de ser cristiano: palestinos, etiopes, sirios, alejandrinos, asiáticos, griegos, romanos, gnósticos, arrianos, armenios, montanistas. A esta cualidad podemos definirla como diversidad.
La universalidad y la diversidad frente al reduccionismo y el totalitarismo
La universalidad y diversidad del cristianismo deben ayudarnos a descartar todo intento de reduccionismo y totalitarismo desde los grupos sectarios y las mega instituciones religiosas |
La situación descrita nos coloca en una actitud de rechazo frente al totalitarismo y el reduccionismo. El totalitarismo intenta estandarizar a todas las expresiones cristianas, o someterlas bajo su dominio. Frecuentemente es el mal de las grandes instituciones eclesiales. Para hacerlo, tienen que empezar por negar la legitimidad de las diversas formas cristianas de fe, pretendiendo "uniformarnos a todos en un gigantezco campo controlado". Por su parte, el reduccionismo, propio de los grupos sectarios, percibe la totalidad de la fe cristiana a través de un estrecho agujero doctrinal o cultural. Descarta llanamente las demás percepciones y experiencias, negando la esencia universal del cristianismo. Su objetivo es "encerrarnos a todos en una caja de fósforos".
Quienes afirman poseer la total y exclusiva identidad con las primeras comunidades neotestamentarias, tristemente sólo exhiben una mezcla (muchas veces incoherente) de ritos, hábitos culturales y percepciones limitadas de la fe. Sólo basta asomarnos al mundo circundante usando la internet o la televisión para darnos cuenta de ello.
Finalmente, una puntualización importante, que concierne a los exégetas, teólogos, intérpretes bíblicos, ministros y líderes eclesiásticos. Su tarea ha sido y será discernir los aciertos, perspectivas, debilidades y riesgos latentes en cada experiencia particular de fe en Jesucristo cuando dialoga con la cultura que le rodea. Con su valiosa ayuda auspiciada por el Espíritu Santo, Inspirador de la Escritura en el pasado e Iluminador en el presente, la tarea será harto provechosa. El constante desafío de cada congregación y discípulo sigue siendo mantenernos fieles al mensaje orginalmente dado a los santos y abrirse con sensibilidad a los permanentes cambios culturales y sociales (Judas 3; Marcos 13:9-11).
Lic. Nelson Lavado
Comunidades Bíblicas Lectoras
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Para saber más
Alvarez, Jesús. Historia de la Iglesia Tomo I: Edad Antigua. Madrid: Biblioteca de Autores Cristianos, 2001.
Dirección Nacional de Publicaciones (eds). La genealogía del cristianismo: Origen de Occidente. México: Sello Bermejo, 2000.
González, Justo. Historia del Cristianismo Tomo I. Miami: Unilit, 1994.
Lewis Jonatán, Misión Mundial Tomo I, Miami: Unilit, 1990.
Wilckens, Ulrich. La Carta a los Romanos Tomo I. Salamanca: Sígueme, 1992.
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